Hace ya bastantes años, tantos que soy incapaz de situar la fecha, viajaba por África cruzando el Sahara en un Land Rover de aquellos que se fabricaban cerca de Jaén. El objetivo de nuestro viaje era tan sencillo como ir de Melilla a Abidján, en Costa de Marfil.
Tras algunas semanas de viaje por las arenas del Sahara, ya bien entrados en Níger y muy próximos a la frontera con Nigeria, nos dirigíamos a nuestro siguiente destino razonablemente habitado que era la capital Niamey. Era de noche.
No llegar a Birnin Konni
Ambos, mi amigo Jorge quien conducía y yo, íbamos medio dormidos y de repente nos encontramos con una cadena en mitad de la pista que nos aproximaba a lo que entonces era un pueblito llamado Birnin Konni. Dada la oscuridad y nuestro cansancio casi ni reparamos en aquella cadena y nos detuvimos ante ella bruscamente en mitad de una nube de polvo provocada por el frenazo del viejo Land Rover.
Lo siguiente de lo que tuvimos consciencia fue una pistola frente a la cara de mi amigo Jorge -quien conducía-, y una cara hostil perteneciente a alguien que, vestido de militar, gritaba en idioma francés “¡están ustedes locos…deténganse!» como si no estuviéramos detenidos por la cadena.
Ahorraré el relato de los siguientes minutos, que probablemente entonces me parecieron eternos, y de las consecuencias físicas que la visión de la pistola me provocó, seguramente debidas a que no habíamos parado en muchas horas.
El militar nos hizo descender del Land Rover y tras la inicial confusión -suya también, pues probablemente era muy inesperado que a esas horas un vehículo conducido por dos extranjeros circulara por allí- conseguimos los tres orientarnos hacia una amable presentación.
Acabamos durmiendo en aquél puesto fronterizo. Los tres. Y tomando algo parecido a café.
¿Pagos de facilitación?
Tras ceder amablemente algunos regalos de los que llevábamos en el coche para este tipo de ocasiones (preservativos y antibióticos ya caducados en España conforme a la normativa, bolígrafos, tiritas, encendedores…) vimos que era imposible continuar el viaje esa noche. El militar que guardaba el puesto no estaba dispuesto a dejarse «sobornar». Su argumento era que había unas reglas que debían ser respetadas: Nadie podía, tras la puesta de sol, cruzar por allí sin aguardar a la salida del sol y al cambio de guardia que efectuaba su jefe.
Dado que la noche nos había deparado aquella inusual parada, decidimos aprovecharla y conversamos con el militar, para quien aquella novedad era también insólita. El tipo demostró ser un líder.
Y no tenía empleados a su cargo.
Liderazgo personal
Su liderazgo era personal. Tenía una encomienda y debía cumplirla. De él dependía la seguridad del estado de Níger.
Al amanecer llegó un vehículo militar con su reemplazo y su jefe. Analizaron en detalle nuestros pasaportes españoles, nuestros visados y nuestro carnet de paso de aduanas del vehículo y nos invitaron a desayunar -supuse entonces que en compensación a nuestros “pagos de facilitación”. Nos escribieron con nuestros bolígrafos y nuestro papel sus direcciones del cuartel y sus nombres (entonces no había móviles) por si volvíamos por allí.
Aquella historia se me quedó grabada durante muchos años.
Es hoy que pienso que aquel hombre, que no ostentaba graduación alguna, era un líder.
Cuantas veces leemos artículos sobre liderazgo y pensamos que ese atributo solo está reservado a quienes, en virtud de sus méritos y contactos, tienen una carrera por delante, a quienes comandan fuerzas armadas -qué casualidad- o a quienes tienen un sueldo que supera al menos seis veces el salario mínimo. Si no, eres un simple empleado que reporta a alguien que está por encima.
Aquel vigilante actuaba conforme a unos valores y unas reglas que tenía claras. Alguien podrá decirme que lo hacía por miedo a las consecuencias. Creo que no. Era de noche, podíamos haber dormido diez kilómetros más allá. Nadie se hubiera enterado y él no hubiera tenido que dar cuenta a sus jefes de los regalos que le habíamos hecho. Debo suponer, y ello me hace feliz, que nos encontramos con alguien íntegro.
Liderazgo y compliance
Son incontables las veces que leo la frase «tone at the tope«. Las normas ISO hablan de involucración de la Alta Dirección, pero nadie dice que el liderazgo es una elección personal. Estoy seguro de que aquel hombre, como muchas personas que he conocido a lo largo de estos años desde aquel suceso que demuestran cada día su capacidad de dar ejemplo a los demás, no entendía nada acerca de conceptos elaborados como aprendizaje activo, pensamiento analítico, resolución de problemas complejos, creatividad, influencia social, resiliencia o tolerancia al estrés que hoy se predican sin rubor alguno de lo que se entiende por liderazgo en una jerga propia de escuelas de negocio.
Iniciamos hoy una serie de artículos cuyo objetivo es reflexionar acerca de cómo el liderazgo -sea ello lo que interpretemos que deba ser- es una elección personal que cualquiera puede, ocupe el puesto que ocupe, ejercer.
Si a ello le unimos la palabra compliance, no tanto como expresión de un deber -todos podemos sentir miedo de las consecuencias de no hacer bien nuestro trabajo dependiendo del saldo deudor de nuestra cuenta corriente o del capital que adeudamos al banco en nuestro préstamo hipotecario-, sino de estar convencidos de que hemos cumplido con nuestros valores y principios, tenemos una interesante tarea por delante.
El liderazgo en compliance es cosa de cualquiera. De cualquiera que se lo crea, claro…
Luis Ávila-©Legal Compliance, S.L.